El mejor brunch de Galicia está en Compostela y tiene acento francés

El mejor brunch de Galicia está en Compostela y tiene acento francés
Le Petit Brunch, en el restaurante A Curtidoría, de Borja Portals. Foto de Eladio Lois

Hay mañanas en las que Santiago de Compostela parece recordar su pasado de ciudad abierta al mundo, receptora de peregrinos, de ideas y sabores que llegan con el mismo sigilo con el que se disuelven las brumas sobre las rúas empedradas del Casco Histórico. En una de esas calles con historia propia, la rúa da Conga, a escasos pasos de la Catedral, se encuentra A Curtidoría, un restaurante que lleva años haciendo de la elegancia discreta su firma personal. El local —luminoso, tranquilo, con una decoración cálida que invita a quedarse— es un remanso de calma en medio del bullicio turístico. Y su personal, de sonrisa fácil y trato impecable, redondea una experiencia donde todo suma para el disfrute.

 

 

 

En este escenario sereno y acogedor, el chef Borja Portals vuelve a apostar por el formato brunch con un pop-up exclusivo disponible solo durante los fines de semana y festivos del mes de abril: Le Petit Brunch. Una experiencia efímera con acento francés que propone una coreografía de sabores, texturas y sensaciones, servida entre las 9:30 y las 13:00. Más que un desayuno tardío, una celebración pausada de las mañanas primaverales.

 

Borja Portals, chef de A Curtidoria
Borja Portals, chef de A Curtidoría

 

Un comienzo clásico para una travesía singular

El desayuno arranca como debe: café humeante y zumo natural de naranja, ese tándem eterno que despierta cuerpo y ánimo sin eclipsar lo que viene después. La primera bocanada de aire fresco viene en forma de fruta de temporada, limpia, jugosa, honesta. Su frescura no solo abre el apetito: lo prepara.

 

 

 

De Francia a Compostela: la sinfonía salada

El desfile salado comienza con una tabla de quesos franceses y jamón dulce, que actúa como prólogo de una sinfonía de matices: del cremoso brie al contundente roquefort, cada bocado revela una historia de origen y cuidado. Se acompaña de baguettes de La Bulanxerí, una panadería compostelana que parece haber nacido en algún arrabal parisino, tan fieles son sus migas al estilo francés. La presentación, cuidada con mimo casi cinematográfico, invita a detenerse; a mirar y contemplar.

 

La tabla de quesos
La tabla de quesos y jamón dulce

Le sigue una quiche de salmón que confirma lo que ya se intuía: aquí no se improvisa nada. La textura, suavemente cremosa, envuelve el sabor delicado pero firme del salmón, que no lucha por protagonismo sino que lo ejerce con naturalidad. Es el puente perfecto entre lo salado y lo dulce, entre el mundo del apetito y el del deseo.

 

 

 

Delicias dulces: la república pastelera

Y entonces llega el carrusel de pastelería francesa. Un despliegue que podría firmar cualquier vitrina de Saint-Germain-des-Prés: tartaletas de nata y fruta, hojaldres dorados, croissants que se deshacen en capas de mantequilla y un brioche casero con pepitas de chocolate que despierta el niño interior hasta en los más severos. Todo es casero, y todo respira detalle, técnica y cariño. Pero hay más.

 

 

La pavlova: cumbre y conclusión

Cuando parece que nada puede superar esa secuencia de exquisiteces, aparece la pavlova, joya de la corona. Su presentación es tan deslumbrante que, por un instante, se duda entre fotografiarla o atacarla sin miramientos. Pero no hay decepción tras el primer bocado: el merengue, crujiente y tostado en su justa medida, esconde un corazón de nata, crema y frutos del bosque que equilibra dulzor, acidez y textura como solo los grandes platos saben hacer. Es un final apoteósico, un broche digno de esta liturgia culinaria.

 

 

El brindis final

Como si todo lo anterior no bastase, la experiencia concluye con una copa de cava. No como añadido festivo, sino como un último gesto de cortesía del chef, una caricia al paladar y a la memoria. Uno sale de A Curtidoría con la sensación de haber vivido algo más que una comida: un instante de pausa luminosa en medio del calendario, una celebración de la primavera en una ciudad que, por unas horas, se deja conquistar por Francia.

 

 

Una experiencia que se acaba… pero que no se olvida

Le Petit Brunch es mucho más que un menú. Es un plan, una cita con el sabor, un homenaje al arte de vivir bien. Por 30€, lo que ofrece es una experiencia completa: no solo sacia, sino que permanece. Como las buenas historias; como los buenos recuerdos.

 

 

Y si la gastronomía es también una forma de viajar sin salir de la ciudad, A Curtidoría acaba de abrir una embajada de París en el corazón de Compostela. Solo durante abril y especialmente para quienes sepan saborear la fugacidad.

 

A continuación, un vídeo explicativo que resume la experiencia: 

 

 

El mejor brunch de Galicia está en Compostela y tiene acento francés

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