El graffiti es uno de los cuatro elementos que componen el movimiento hip-hop, y consiste en la pintura libre y expresiva en espacios urbanos. Destaca por su ilegalidad, ya que nace a finales de los años 60 como un movimiento de protesta contra las guerras, y por ser una reivindicación de la cultura, valor que, como es bien sabido, forma parte del carácter colectivo de la ciudad de Compostela.
Los cambios de modas provocan que las tendencias, por populares que alcancen a convertirse, pierdan paulatinamente su repercusión hasta, en algunas ocasiones, desaparecer. El street art no es una excepción, sin embargo, todavía mantiene en Santiago una pequeña comunidad de seguidores que dedican todo su tiempo libre a intentar mantener vivo el graffiti.
Uno de estos apasionados del aerosol es Faner, vecino de O Pino. Para este joven —que prefiere compartir solamente su seudónimo—, el movimiento no consiste en nada más que “poner tu firma o tus piezas en paredes, trenes... donde se pueda”, insistiendo en la idea de que debe ser en localizaciones no permitidas. De lo contrario, explica, “puede llamarse de otra forma, pero no es un graffiti”.
Con relación al número de personas que dedican su tiempo a ello en Santiago, el artista urbano señala que, aunque no lo parezca, “cada año hay chavales nuevos que empiezan a pintar”. El problema, matiza, es que la mayoría se aburren y lo dejan, por lo que la cifra no termina de repuntar.
Es una idea en la que coincide Bust, de Ames, quien también se siente más cómodo usando su apodo. Según este joven de 21 años, la tradición de la pintura libre “se ha perdido mucho en Santiago”. Sin embargo, defiende que “todavía hay gente muy buena” y que no debe ser confundida con la que hace simple vandalismo.
La progresiva desaparición de graffiteros en los últimos años sigue una tendencia inversamente proporcional a las medidas preventivas impulsadas por las autoridades. En otras palabras, como explican los propios artistas, “nadie quiere jugársela por dos o tres firmas”.
Además de las cuantiosas multas que puede suponer esta práctica, apunta Faner, se trata de una afición muy cara. "No todo el mundo puede permitirse buen material ni desplazarse con la libertad que piden algunos proyectos", argumenta.
Todo ello ha hecho de este un movimiento a la baja, aunque exclusivo. Concretamente, reservado para aquellos amantes del arte urbano que no están dispuestos a dejar morir la cultura hip-hop. Al menos, así es en Compostela.