Madre

El pasado cinco se celebró el Día de la Madre, una magnífica oportunidad para recordarnos en la perenne memoria de un ser cabal y el cabal cobijo de nuestra existencia. Aquellos que tienen la dicha de poder abrazarla, se sentirán venturosos en el privilegio de esa suerte de encantamiento en el que lo mejor de lo humano se muestra ante ellos, pletórico y exultante, sin artificio, con la naturalidad que lo hace la florida primavera o lo florido del verano.


Los que la hemos perdido habremos de ganarnos en lo tibio de su memoria, no para recordarla, ella es en nosotros una huella tan profunda y fiera en el amor que no necesita recuerdo, pero sí para honrarla en la esencia de esos valores que nos inculcó en el natural ir y venir de la crianza. Porque una madre es un ejemplo aun sin necesidad de ejemplaridad u otra virtud que la de ser capaz de privilegiarnos al margen de nuestros merecimientos. Hablo de hacernos buenos por las buenas o por las malas, esa es su primera bondad, la definitiva, la que hará de nosotros, llegados a la madurez del entendimiento, seres capaces de comprender que la razón del que ama con esa generosidad es la única que merece ser defendida aun en la sinrazón.


Una madre no es jamás ausencia, todo lo contrario, es esa constante presencia que cuaja nuestras vidas de ternura y por la que hemos de llorar gozosos en la alegría y sonreír amables en la tristeza, porque esa y no otra es su maternal naturaleza.

 

Madre

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