La nueva estación de tren de Santiago de Compostela, que ya está en funcionamiento como parte del complejo intermodal, es mucho más que una infraestructura ferroviaria. Concebida por el prestigioso estudio Herreros —autores, entre otros, del Museo Munch en Oslo—, la estación redefine la relación entre arquitectura, ciudad y movilidad, resolviendo al mismo tiempo los retos logísticos, urbanos y sociales que planteaba el viejo trazado ferroviario.
Durante décadas, las vías del tren funcionaron en Santiago como una trinchera que separaba el casco histórico del sur urbano, con Pontepedriña como principal damnificada. La nueva estación se alza como un puente arquitectónico y simbólico, que no solo reorganiza el sistema de transportes, sino que reconecta territorios urbanos tradicionalmente aislados.
El edificio de viajeros se sitúa elevado sobre los andenes, con una gran pasarela multimodal que enlaza tren, autobús, taxi, coche privado, vehículos de alquiler y accesos peatonales. Esta pasarela une la calle del Hórreo con la plaza Clara Campoamor, generando una nueva continuidad urbana entre dos mundos separados hasta ahora por el desnivel y las vías.
La organización de la estación adopta el esquema funcional de los aeropuertos, con un nivel inferior reservado a todos los intercambios motorizados, y un nivel superior —a la cota de la ciudad— que actúa como plataforma de salidas y llegadas. En el centro, un vestíbulo diáfano y luminoso, que permite acceder directamente a los trenes mediante fingers.
Este diseño garantiza un funcionamiento intuitivo y eficaz, pensado para facilitar la movilidad tanto del viajero habitual como del turista ocasional. La circulación es clara, fluida y jerarquizada, lo que mejora la experiencia del usuario y reduce los tiempos de transición.
Uno de los grandes logros del proyecto es su accesibilidad universal. Todos los niveles están conectados mediante ascensores de gran capacidad, escaleras mecánicas y rampas, en un conjunto que rompe con las barreras arquitectónicas del pasado.
El uso de vidrio estructural translúcido multiplica la luz natural incluso en días nublados, generando espacios amables y acogedores. Esta apuesta por la claridad no es solo estética: busca hacer del acto de esperar un momento más habitable, más humano.
La estación ha sido construida sobre una gran plataforma de pilares y losas prefabricadas, utilizando sistemas industrializados y ligeros que permitieron ejecutar la obra sin interrumpir el tráfico ferroviario. En el exterior, el uso de zinc en cubiertas y paneles metálicos perforados otorgan al edificio una imagen contemporánea y sólida, al tiempo que ponen en valor la industria local.
La nueva infraestructura suma también dos plazas urbanas que enmarcan su relación con la ciudad: la plaza de la Estación (1.550 m²) y la plaza Clara Campoamor (3.600 m²). Ambas actúan como espacios de transición y bienvenida, convirtiéndose en la primera impresión de Compostela para quien llega en tren.
Más allá de su funcionalidad, la estación busca ser un símbolo de ciudad abierta, conectada y sostenible. Su arquitectura no solo resuelve la movilidad: transforma el lugar, repara la memoria urbana y proyecta un futuro en el que infraestructura y ciudadanía caminan juntas.