En los últimos meses, cualquier vecino de Compostela ha podido notar un inquietante cambio en el ambiente de la ciudad. Las noticias de robos, peleas y todo tipo de violaciones de la propiedad privada parecen ser más comunes, reduciendo la sensación de paz y seguridad que en algún momento definió a la tierra del Apóstol.
Para ser consciente de este hecho, basta con escuchar el sentir de la calle o navegar por las pequeñas comunidades en redes sociales que, constantemente y a diario, denuncian prácticas inmorales inéditas hasta el momento, ya sea por su propia naturaleza o por otros agravantes que todavía preocupan más al santiagués de a pie, como la reincidencia o el ensañamiento.
En la memoria inmediata de Santiago están los múltiples intentos de allanamientos de morada que han sucedido a lo largo del año pasado —la mayoría de ellos en pisos de estudiantes y sin denunciar—. También los pequeños robos, sobre todo en vehículos, y conflictos nocturnos que, afortunadamente, se quedan solamente en sustos.
De cualquier forma, no se habla solo de pequeños delitos. Permanecen también en la retina de los compostelanos aquellos casos más extremos y sangrantes que, aun siendo totalmente puntuales, permanecen frescos y han ido marcando pequeños puntos de inflexión en el sentimiento de seguridad colectivo de Compostela.
Sin embargo, llegados a este punto, cabe preguntarse si esta percepción se debe a una ilusión colectiva influenciada por los medios de comunicación y las redes sociales o si, realmente, en la ciudad picheleira se delinque cada vez más.
Los datos del Ministerio del Interior, que abarcan de enero a septiembre de 2024, confirman estas percepciones: la delincuencia, en términos generales, ha aumentado un 3,5 % respecto al mismo período de 2023. Aunque todavía no se han hecho públicos los datos del último trimestre, todo apunta a que seguirán esta tendencia.
Los números hablan con claridad: en los primeros nueve meses del año, Santiago ha registrado 3.736 infracciones penales frente a las 3.610 de 2023. Este incremento se explica, en buena medida, por un repunte en determinados delitos convencionales y un crecimiento sostenido de la ciberdelincuencia.
En el ámbito de la criminalidad convencional, los delitos de lesiones y riñas tumultuarias han aumentado un alarmante 30 %, pasando de 33 casos en 2023 a 43 el año pasado. Del mismo modo, los hurtos, uno de los delitos más comunes en la ciudad, han subido un 5,7 %, alcanzando los 1.119 casos. Y aunque los robos con fuerza en domicilios muestran una ligera disminución (-3,9 %), las sustracciones de vehículos se han disparado un 71,4 %, con 24 vehículos robados en este período.
En contraposición, hay datos que muestran una luz de esperanza. Los delitos contra la libertad sexual han disminuido notablemente (-55,1 %), pasando de 49 casos en 2023 a 22 en 2024. Este descenso incluye una reducción del 33,3 % en las agresiones sexuales con penetración.
Sin embargo, la tranquilidad que estas cifras pueden ofrecer queda empañada por la realidad de la ciberdelincuencia, que sigue creciendo de forma constante. Los delitos cometidos a través de medios digitales han aumentado un 7 %, alcanzando un total de 608 casos, de los cuales 496 corresponden a estafas informáticas, un 8,1 % más que en 2023. La proliferación de estas actividades ilegales refleja cómo las nuevas tecnologías, a pesar de sus beneficios, se han convertido en un terreno fértil para los delincuentes.
Los expertos tienen clara su postura, y esta se distancia sutilmente de la opinión de muchos vecinos de Santiago. Para ellos, aunque los datos muestren una tendencia alcista, no se está produciendo un aumento generalizado de la delincuencia en la tierra del Apóstol.
Es lo que opina Juan José Labora, sociólogo y profesor de la materia Teorías Criminológicas en el grado de Criminología de la USC. El doctor explica que "siendo cierto que hay un incremento de algunas cifras, si nos vamos a los totales brutos —y no a los tantos por ciento—, los aumentos no son alarmantes, exceptuando algún delito concreto".
Así mismo, Labora añade que, con información exagerada o poco contextualizada, "todo puede ser construido como un riesgo por parte de la población, o determinados sectores de esta", ocasionando que los ciudadanos reclamen medidas ante problemas que, en realidad, no lo son, aunque ellos los perciban de este modo.
No obstante, hay un dato que sí es preocupante para el profesor: el aumento de la ciberdelincuencia. "Las nuevas tecnologías implican este tipo de riesgos. Son delitos que pueden ser cometidos a grandes distancias, sin contacto directo con las víctimas y amparados en el anonimato que pueden llegar a proporcionar las TIC. Así que, en este sentido, no es raro que aumenten", explica a este respecto el docente universitario.
El origen de esta preocupante tendencia parece ser multifactorial. El impacto económico de los últimos años, combinado con un desigual acceso a oportunidades, podría estar detrás del aumento de delitos patrimoniales como hurtos y estafas. La creciente digitalización de la vida cotidiana, con el auge de las transacciones en línea, ha facilitado el trabajo de los ciberdelincuentes, que aprovechan lagunas de seguridad y el desconocimiento de los usuarios.
Además, al ser Santiago una ciudad universitaria que combina un flujo constante de residentes y turistas, también enfrenta el reto de gestionar una población en constante cambio que pone a prueba las capacidades de vigilancia.
Por otro lado, con relación a las riñas tumultuarias y los delitos de lesiones —dos de los más comunes y que más han aumentado en los últimos años en Santiago—, el doctor Labora señala que, desde la pandemia, los problemas de salud mental han experimentado un importante repunte. Así, matizando que "la asociación entre criminalidad y enfermedades mentales no es correcta", explica que "la sociedad está muy polarizada, tanto políticamente como en otros sentidos". Según el experto, "en ocasiones esto puede provocar que uno se identifique con los suyos y se comporte en contra de los otros".
Aunque no se puede hablar de una crisis, es evidente que existen algunos caminos para reducir la delincuencia e incrementar la sensación de seguridad ciudadana. Por ejemplo, aumentar la presencia policial en las zonas más vulnerables y una inversión decidida en tecnología que permita a las fuerzas de seguridad combatir con eficacia los delitos digitales.
Con relación a los delitos cometidos en internet, uno de los problemas más preocupantes, diversos artículos científicos ponen en valor la utilidad de campañas educativas que conciencien a los ciudadanos sobre cómo protegerse de las estafas informáticas y la necesidad de fomentar la denuncia de cualquier tipo de delito. Asimismo, Santiago también debe mirar hacia sus comunidades más vulnerables y hacia su juventud, implementando programas sociales que reduzcan las desigualdades y prevengan conductas delictivas.
Lo único que está claro es que Compostela cuenta con un tejido comunitario fuerte y los recursos necesarios para afrontar estos retos. Es momento de educar y prevenir para asegurar que Santiago no solo sea un destino amable para peregrinos, sino también un lugar seguro para sus habitantes