Ayer, la plaza Roja de Santiago fue más que un lugar de encuentro; se transformó en un refugio de esperanza, un rincón donde la distancia con Venezuela se acortó y el grito de libertad se escuchó con fuerza. Decenas de venezolanos, hijos de emigrantes y gallegos solidarios con su situación se unieron bajo un cielo gris que parecía guardar silencio para no opacar el brillo de tantas voces clamando por justicia.
Santiago, ciudad de acogida desde siempre, ha sido para muchos venezolanos un segundo hogar; un puerto seguro donde las heridas del exilio encuentran consuelo. “Esta ciudad se convirtió en nuestro segundo hogar”, relata emocionada Julia, una auxiliar de enfermería que llegó a Galicia hace cinco años buscando un entorno más seguro para criar a sus dos hijos. “Duele mucho ver lo que está sucediendo. La mayoría de los que estamos hoy en esta concentración nos movilizamos por nuestra familia, que está allá y no puede manifestarse como nosotros”, explica.
Sin embargo, este acto público no fue solo una protesta; fue un acto de amor y lealtad hacia un país roto que no deja de latir en los corazones de quienes han tenido que partir. En medio de un pequeño mar de banderas tricolores, se alzaron cantos con mensajes que apelaban constantemente a la unión y la libertad.
El encuentro tiene un significado especial, pues ocurre justo un día antes de que el presidente del partido Mesa de la Unidad Democrática, Edmundo González, pretenda asumir la presidencia de Venezuela, respaldado por los resultados electorales publicados por organismos independientes.
Se vive hoy, pues, una jornada tan importante como impredecible, puesto que el actual mandatario venezolano, Nicolás Maduro, insistirá en perpetuarse en el poder y celebrar su propia toma de posesión.
Es un momento crítico, de lucha de legitimidades, que mantiene al pueblo venezolano en una tensa espera; desesperante para muchos. Javier, un joven de 34 años nacido en Caracas, quiso compartir con este medio su ilusión: “Mi hermano y yo llegamos acá con 19 años; hasta nos sentimos más gallegos que otra cosa. Dejamos a muchos seres queridos en nuestro país, que hoy es solo miseria y miedo. Pero rezamos todos los días para que la situación cambie”, relata.
Para muchos, la relación entre Santiago y Venezuela es más que circunstancial. “Ya se ve, somos muchísimos venezolanos en Santiago, y cada día más. No podemos estar más agradecidos, porque esta ciudad se siente como una segunda casa para nosotros”, explica José, quien lleva ya una década residiendo en Compostela.
La tarde avanzó entre cánticos que, perfectamente coordinados, manifestaron un claro deseo de cambio. Sin embargo, hubo un momento que quedó grabado en la retina de todo el que asistió al encuentro: el canto del himno nacional, ‘Gloria al bravo pueblo’, interpretado a capella por casi un centenar de voces ante el silencio cómplice de una ciudad volcada con su mensaje.
“Cuando mi mujer y yo llegamos a Galicia, nuestro corazón estaba roto”, confesó Alberto, un hijo de gallegos que dejó su vida en Barquisimeto para encontrar paz en Compostela. “Pero el paso del tiempo también nos enseñó que el hogar de uno es donde puede ser feliz, y nosotros encontramos la felicidad aquí”.
Santiago, ciudad de peregrinaje, ha demostrado una vez más que su voluntad de dar cobijo a todas las buenas personas que buscan oportunidades en ella. Nadie sabe lo que sucederá en los próximos días, pero la única realidad inquebrantable es que la esperanza siempre encuentra aliados, incluso a miles de kilómetros de casa. La historia de la tierra de Bolívar enfrenta fechas claves, y Compostela observará en la distancia, pero junto al corazón del pueblo venezolano.