Un border collie se convirtió, desde la ventana de un primer piso en la Rúa do Franco, en protagonista de una escena que arrasó en TikTok: los viandantes lanzaban una pelota desde la calle y el perro la devolvía con precisión desde la barandilla, invitando a repetir la jugada una y otra vez. El vídeo, compartido por @evampuig, supera el millón y medio de visualizaciones en poco más de una semana. La anécdota, inicialmente celebrada por su espontaneidad y buen humor, encendió después una discusión masiva sobre bienestar animal.
Tras la publicación de la noticia en Diario Compostela, la sección de comentarios del post se convirtió en un debate abierto sobre cuidados, necesidades y límites en la convivencia urbana con perros, especialmente de razas activas como el border collie. La conversación se polarizó entre quienes vieron un juego inocente que humaniza la ciudad y quienes alertaron de riesgos y malas prácticas. Tanto es así, que, incluso tomó parte de ella el propio dueño del animal.
Actualmente, la publicación de este medio cuenta con más de 480.000 visualizaciones y el texto de varios cientos de usuarios dando a conocer su opinión sobre el asunto.
Algunos usuarios defendieron el buen cuidado del animal y la capacidad de adaptación de la raza a la vida en piso siempre que se cubran sus necesidades. El propietario intervino con un largo mensaje en el que reivindicó los paseos y la supervisión constante del perro: “Para empezar, Rocket pasea un montón, vivimos al lado de una Alameda enorme […] de todas formas y a pesar de tener la reja en la ventana y una tabla encima de esta, el perro siempre que está en esa habitación está vigilado o bien por mí o por mi pareja”. Hubo también apoyos tajantes: “Solo es un perrito juguetón!” o “Ya llegaron los expertos en Border Collies...”.
En el lado crítico, aparecieron mensajes que cuestionan que un border collie pueda vivir en un piso sin un alto nivel de estimulación física y mental. Algunos alertaron de posibles accidentes —“Hasta que se caiga por el balcón y se parta el fémur por completo, como le paso a mi perrita”— o de conductas obsesivas asociadas al inocente juego que hace con la pelota: “El problema no es donde está, el problema es la adicción que se le crea y poder gestionarla”. Otros usuarios insistieron: “Un Border Collie metido en un piso es una atrocidad. Esa raza necesita ejercicio y actividad constante”.
Más allá del vídeo, el intercambio dejó ver una tensión de fondo: cómo compatibilizar la convivencia urbana, el uso del espacio público y el bienestar animal. Hubo quien celebró que los turistas mirasen más allá de los escaparates —“siempre se puede encontrar alguna alegría como esta”— y quien criticó una “atracción de circo”: “Tiene que salir a olfatear y correr por el campo. Socializar con otros perros y dejar de ser una atracción de circo”.
Algunos comentarios aludieron a la normativa de protección animal, recordando —en sus términos— que “está prohibido mantenerlos en jaulas, terrazas, balcones o vehículos como lugar habitual de residencia”. Otros replicaron que un vídeo de un minuto no define la vida del perro y que la supervisión existe. No hay consenso, sí una llamada a la responsabilidad y a informarse antes de juzgar.
El episodio muestra cómo la ciudad de Santiago observa, participa y opina en torno al bienestar animal. Para unos, el vídeo es un gesto amable que alegra la calle; para otros, una señal de riesgos y malos hábitos. Entre medias, una mayoría que pide civismo, seguridad (barandillas, supervisión, control del juego) y cuidado responsable adaptado a cada perro.
Como resumía una usuaria: “Un video de 1 minuto no define cómo es la vida del perrito”. La discusión —entre ternura, preocupación y pedagogía— sigue abierta y ha reavivado preguntas de fondo: qué necesitan realmente los perros en la ciudad, cómo garantizar su bienestar y qué papel juegan vecinos, visitantes y propietarios en esa ecuación.