A medida que la población envejece, muchas personas sufren más de una enfermedad crónica a la vez —lo que la literatura médica llama multimorbilidad— y eso reduce la calidad de vida y eleva los costes sanitarios. Un análisis de trayectorias de salud sugiere que la alimentación puede alterar el ritmo al que se acumulan esas enfermedades en la vejez.
Una comparación de cuatro patrones dietéticos (realizada por el equipo del Karolinska Institutet y colaboradores dentro del estudio sueco SNAC-K (Swedish National Study on Aging and Care in Kungsholmen), ha mostrado diferencias notables en la velocidad con la que las personas mayores acumulan enfermedades crónicas.
El análisis se centró en 2.473 adultos mayores seguidos durante hasta 15 años, evaluando la adherencia a cuatro patrones dietéticos: MIND, AHEI, AMED y EDII. El objetivo era observar cómo cada patrón se relacionaba con la acumulación de enfermedades crónicas (multimorbilidad) en la vejez.
Para entender cómo la alimentación influye en la salud, es útil conocer los cuatro patrones dietéticos que se analizaron en el estudio:
Las dietas orientadas a verduras, granos integrales, frutos secos y grasas insaturadas —representadas por los índices MIND, AHEI y AMED— se relacionaron con una acumulación más lenta de dolencias totales, cardiológicas y neuropsiquiátricas. En sentido opuesto, una dieta con alto potencial proinflamatorio (evaluada por el índice EDII) se ligó a una acumulación más rápida de enfermedades.
Tras 15 años de seguimiento la diferencia estimada, entre los participantes con baja y alta adherencia, osciló aproximadamente entre 1,1 y 2,5 enfermedades crónicas menos en favor de las dietas de mejor calidad (por ejemplo, 2,54 (IC 95 por ciento: 1,70–3,39) para el AHEI frente a 2,13 (IC 95 por ciento: 1,35–2,90) enfermedades más para quienes tuvieron el EDII más alto).
Los datos proceden de una cohorte sueca (SNAC-K) de 2.473 participantes con edad media de 71,5 años; el recuento de enfermedades se elaboró con historias clínicas y registros y la dieta se midió con cuestionarios de frecuencia alimentaria aplicados en varias olas, para calcular una adherencia acumulada a cada patrón. El equipo ajustó los modelos por edad, sexo, educación, tabaquismo, actividad física y aporte calórico.
Los patrones asociados a mejor trayectoria comparten componentes concretos: verduras de hoja, otras verduras, frutos secos, legumbres, cereales integrales, pescado y aceites insaturados; contrapuestos aparecen el consumo elevado de carnes rojas procesadas, harinas refinadas y bebidas azucaradas.
Estas características coinciden con descripciones previas del MIND y de la dieta mediterránea adaptada (AMED) y con revisiones sistemáticas sobre salud cognitiva.
Una explicación razonable indica que dietas de alta calidad reducen marcadores de inflamación sistémica (por ejemplo, interleucina-6 y proteína C-reactiva), mientras que dietas proinflamatorias los elevan.
Dado que la inflamación crónica contribuye tanto a enfermedad cardiovascular como a alteraciones neurológicas, ese vínculo biológico encaja con los resultados observacionales. El EDII fue diseñado precisamente para estimar el potencial inflamatorio de la dieta y ha mostrado correlación con biomarcadores inflamatorios en estudios previos.
En el estudio sueco algunas asociaciones fueron más claras en mujeres y en las personas de mayor edad, aunque las interacciones por sexo o edad no permanecieron significativas tras ajustar el número de pruebas.
Además, la calidad de la dieta se asoció a características sociales: menor nivel educativo y menor recursos suelen ir unidos a peor dieta y mayor carga de enfermedad, lo que recuerda que las políticas públicas y las desigualdades importan tanto como las recetas individuales.
Los autores del trabajo subrayan que la dieta aparece como un factor modificable con potencial para frenar la expansión de la multimorbilidad en la vejez, pero piden identificar las recomendaciones más efectivas y los subgrupos que más se benefician. Instituciones vinculadas al estudio, como el Karolinska Institutet, reclaman investigaciones que traduzcan estos hallazgos en guías precisas para la población mayor.
Para aprovechar los hallazgos de forma práctica, conviene seguir algunas estrategias dietéticas sencillas y seguras.
Esta investigación sugiere que una dieta de calidad puede retrasar la aparición o la suma de enfermedades crónicas en la vejez, sobre todo las cardiovasculares y las neuropsiquiátricas, y que una dieta con alto potencial proinflamatorio actúa en sentido contrario.
Adoptar patrones alimentarios basados en alimentos mínimamente procesados parece una apuesta de bajo riesgo y beneficio poblacional.