Durante décadas se asumió que la infelicidad formaba una especie de “U”, en su representación gráfica, con el paso de los años: juventud feliz, crisis en la mediana edad, luego mejoría. Esa idea se ha hecho añicos: hoy los jóvenes sufren niveles más altos de angustia mental, mientras que la mediana edad conserva estabilidad.
Datos de millones de personas en todo el mundo revelan que la crisis de la mediana edad ha dejado paso a algo peor: una crisis cuasi vital que afecta a los más jóvenes.
Las cifras son contundentes: entre personas de menos de 25 años, el porcentaje de quienes declaraban vivir en desesperación creció de 2,5 por ciento a 6,6 por ciento en hombres y de 3,2 por ciento a 9,3 por ciento en mujeres en EEUU entre 1993 y 2024. En Reino Unido y en 44 países adicionales, los resultados confirman la misma tendencia: el bienestar empeora con la juventud y mejora con la edad.
Una lectura superficial podría atribuir el cambio a la mejora en bienestar de las personas de mediana edad. Sin embargo, los datos muestran que esa franja ha permanecido estable. El problema no es que los cuarentones estén mejor, sino que los veinteañeros están peor que sus predecesores. El gráfico de la curva tradicional ya no aplica: ahora refleja más bien una pendiente descendente continua a medida que la edad avanza.
Un equipo liderado David G. Blanchflower (Dartmouth College), Alex Bryson y Xiaowei Xu ha publicado en PLOS One la evidencia más robusta hasta la fecha: más de 10 millones de encuestas realizadas desde 1993 hasta 2024 por el CDC (Centers for Disease Control and Prevention de EEUU); datos de 40.000 hogares británicos (2009‑2023) y otra información procedente de casi 2 millones de personas en 44 países.
La conclusión es clara: la curva de infelicidad ha desaparecido y el peor tramo vital ya no es la mediana edad, sino la juventud. El estudio también detecta que la pandemia de COVID‑19 intensificó la crisis en jóvenes, y entre mujeres de 25 a 44 años.
El origen de este cambio abrupto genera debate. Entre las causas señaladas aparecen el uso excesivo de smartphones, redes sociales tóxicas, ciberacoso y presión por la imagen corporal.
Otros elementos mencionados incluyen la crisis económica tras la Gran Recesión de 2008, la incertidumbre laboral, dificultades en el mercado de trabajo y experiencias traumáticas en la infancia. El aislamiento social y la menor participación en actividades comunitarias también aparecen como factores relevantes.
El estudio de PLOS One advierte, además, de que el mayor consumo de antidepresivos entre jóvenes refleja un aumento de diagnósticos, pero también una medicalización creciente de la vida emocional.
Algunos escépticos atribuyen el fenómeno a una mayor disposición de los jóvenes a confesar que sienten malestar. Pero los autores responden que indicadores objetivos —como las tasas de suicidio y el uso de sustancias— respaldan un deterioro real en el bienestar. Además, la consistencia de los resultados en diferentes países refuerza su validez.
Los investigadores advierten, además, de que se trata de una crisis global que exige respuestas urgentes. Proponen una combinación de estrategias: reglamentación del uso de tecnologías, promoción de actividades sociales y físicas y refuerzo del apoyo psicológico y comunitario. Ninguna solución será mágica; hacen falta políticas multifacéticas que aborden trabajo, comunidad, tecnología y salud mental.
La situación en España refuerza las conclusiones internacionales. Las hospitalizaciones por depresión en adolescentes se dispararon un 1.200 por ciento entre 2000 y 2021, según un estudio de la Universidad Internacional de La Rioja. El 74,3 por ciento de los casos corresponde a chicas, muchas de ellas ingresadas por autolesiones o intentos de suicidio.
Por otra parte, casi el 60 por ciento de los jóvenes ha declarado haber tenido problemas psicológicos en el último año y un 48,9 por ciento ha reconocido ideas suicidas, según un informe de Fad Juventud y la Base de Datos Clínicos de Atención Primaria del Ministerio de Sanidad, que también refleja que el consumo de antidepresivos se ha duplicado en chicas de 15 a 19 años y se ha incrementado aún más entre los 20 y 24 años.
Los expertos alertan de un sesgo de género en la atención sanitaria y de una medicalización excesiva de la vida emocional. En paralelo, el estrés escolar se ha disparado: desde 2006, ha crecido un 68 por ciento, con un aumento del 118 por ciento entre chicas. En la actualidad, casi el 40 por ciento de las estudiantes de secundaria sufren una presión extrema.
La adicción a redes sociales también agrava el problema: explica el 55 por ciento de los síntomas de ansiedad y el 52 por ciento de los de depresión en la juventud española que pasa, de promedio, seis horas al día con el móvil, de las cuales cuatro son en redes. El 55 por ciento de los jóvenes confiesa haber recibido comentarios ofensivos en internet.
A todo ello se suman la precariedad laboral, la soledad y la falta de acceso a la vivienda: solo el 15 por ciento de los jóvenes está emancipado. Los informes oficiales hablan de una generación más formada pero atrapada en condiciones de vida que deterioran su bienestar psicológico.
La crisis de la mediana edad ya no es lo que fue. Ahora, los jóvenes enfrentan mayores niveles de estrés, ansiedad y desesperación que cualquier otra franja de edad. Este cambio exige una reflexión profunda sobre las condiciones sociales, económicas y tecnológicas que configuran las vidas de las nuevas generaciones. La solución requerirá una acción integrada, creativa y urgente para proteger el bienestar de quienes no deberían cargar con una crisis que nunca pidieron.