Origen e historia de las Fiestas de la Ascensión en Santiago: Una celebración con siglos de tradición

Origen e historia de las Fiestas de la Ascensión en Santiago: Una celebración con siglos de tradición
Los 'cabezudos' son uno de los elementos tradicionales que todavía conservan las icónicas fiestas picheleiras

Este jueves, como cada año, Santiago de Compostela se engalana para celebrar la Ascensión; junto con el Apóstol, su festividad más popular. Se trata de la conmemoración cristiana de la Ascensión del Señor, que tiene lugar cuarenta días después del Domingo de Resurrección. Sin embargo, en la capital gallega esta solemnidad religiosa trascendió lo litúrgico para convertirse en la fiesta por antonomasia de los compostelanos

 

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'Ascensión de Jesús', obra de Giotto (1636)

 

Sus orígenes se remontan a varios siglos atrás, hundiendo sus raíces en la mezcla de devoción y vida cotidiana. Desde tiempos remotos, el jueves de Ascensión fue un día grande en Santiago –jornada festiva no laborable– que la población aprovechó para reunirse, intercambiar bienes y festejar la llegada del buen tiempo.

 

 

Aunque no se conoce una fecha exacta de inicio, hay constancia de celebraciones ligadas a la Ascensión desde la época medieval y moderna. El carácter religioso de la efeméride (que conmemora la subida de Jesucristo a los cielos tras la Resurrección) ofreció el contexto para una fiesta local. Con el paso de los siglos, la costumbre fue arraigando: ya en el siglo XVIII se documenta la celebración de ferias de ganado en Santiago alrededor de esta fecha.

 

De la feria religiosa al gran mercado primaveral

Originalmente, las fiestas de la Ascensión nacieron como una importante feria agrícola y ganadera. Durante la Edad Moderna y en el siglo XIX, el día de la Ascensión se convirtió en el mayor mercado anual de Santiago y uno de los más notables de Galicia. Al ser día festivo, numerosos campesinos, ganaderos y comerciantes podían acudir sin trabas laborales. La ciudad, normalmente tranquila, se transformaba por unos días: miles de personas llegaban de las comarcas vecinas e incluso de regiones lejanas para comprar y vender todo tipo oficios y mercancías.

 

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Miles de comerciantes se congregaban en la tierra del Apóstol para intercambiar mercancías

 

El corazón de la feria latía en la Alameda de Santiago y la carballeira de Santa Susana, un espacio arbolado que se convirtió en recinto ferial por excelencia. Allí se instalaban los corrales y puestos para la compraventa de ganado, especialmente caballos, así como tenderetes de productos agrícolas y artesanales. Los labradores de la comarca traían sus mejores reses; las aldeanas ofrecían los frutos de sus huertas, panes y tejidos hechos a mano; y tratos y trueques se sucedían bajo la sombra de los robles.

 

En conjunto, la Ascensión aportaba a la ciudad una explosión de vida, color y bullicio poco habitual el resto del año; un auténtico acontecimiento social y económico en la Galicia tradicional.

 

Las ferias se convirtieron en fiestas

Con el crecimiento de la feria, en paralelo fue surgiendo un carácter festivo que complementaba al mero intercambio comercial. Compostela, ciudad universitaria y sede arzobispal, supo aprovechar la ocasión para divertir a sus vecinos y visitantes. Las principales arterias de la ciudad se llenaban de música, bailes y pasacalles, dándole a la Ascensión un aire de carnaval primaveral. Así lo recogen crónicas de la época, las cuales también relatan cómo los estudiantes y la juventud local aprovechaba para vestirse con sus mejores galas y socializar al ritmo de las gaitas.

 

Foto de AF Colexiata do Sar
Foto da AF Colexiata do Sar

 

La expectación por la jornada festiva fue incrementando con el paso de los años. Tanto era así, que lo que comenzó como una fiesta prácticamente espontánea pasó a caracterizarse por los exhaustivos preparativos:

el comercio local decoraba los días previos sus escaparates anunciando ofertas especiales, se programaban oficios religiosos solemnes y se organizaban bailes de gala teatros y espacios de socialización. 

 

La "romería sin santuario": pulpo, churrasco y folclore

A pesar de nacer ligada a una solemnidad católica, la Ascensión de Santiago fue pronto más fiesta profana que religiosa. Los historiadores la han descrito como “una auténtica romería sin santuario”, ya que las funciones litúrgicas quedaron en segundo plano frente al carácter popular de la celebración. En ausencia de una imagen patronal específica (a diferencia, por ejemplo, de las fiestas del Apóstol Santiago, la Ascensión giró en torno a la romería campestre en Santa Susana, con la gastronomía y el folclore como elementos centrales.

 

Iglesia de Santa Susana
Iglesia de Santa Susana

 

Desde el siglo XIX quedó instituida la tradición de degustar el pulpo á feira bajo los robles de Santa Susana, acompañado de pan de trigo y buen vino tinto. No faltaba tampoco el churrasco. De hecho, el día de la Ascensión tenía su propio apodo gastronómico: era “la prueba del pulpo”, porque todos los asistentes se acercaban a los puestos de pulpeiras para saborear este plato típico del evento.

 

La feria de ganado en sí terminaba a mediodía, pero la fiesta continuaba. Tras llenar el estómago, la gente disfrutaba de todo tipo de espectáculos: conciertos de bandas municipales, competiciones tradicionales (como el juego de la chave, muy arraigado en Compostela), y bailes organizados por la juventud. Por la noche, la Alameda se iluminaba y se celebraban verbenas populares bajo las estrellas. La ciudad, normalmente devota y seria, se permitía en Ascensión un respiro de desenfado y alegría colectiva.

 

 

 

De gran feria a fiesta moderna: la evolución en el siglo XX

Las Fiestas de la Ascensión mantuvieron su esencia durante siglos, pero la sociedad cambió y con ella la celebración. Hacia mediados del siglo XX, los avances en el transporte y la industrialización del campo provocaron el declive de las grandes ferias anuales de ganado. La de Santiago no fue la excepción: entrando la década de 1950, la feria tradicional comenzó a languidecer, dejando paso cada vez más al aspecto lúdico de la festividad.

 

Por tanto, la Ascensión no comenzó a ser algo parecido a los festejos actuales hasta pasado el ecuador del siglo, cuando la compraventa de animales dejó de ser el eje principal. En esa época, el Ayuntamiento compostelano y otras entidades potenciaron las actividades culturales, los conciertos y atracciones para dar nuevo impulso a la fiesta, conscientes de que la función comercial perdía peso.

 

 

Aun así, la vieja feria no desapareció por completo. Durante algunas décadas coexistieron el mercado ganadero y la programación festiva urbana. En 1971, por ejemplo, se inauguró un nuevo recinto de ferias en Salgueiriños (y posteriormente en Amio) para trasladar allí la exposición y venta de ganado, descongestionando así la Alameda histórica. Esto permitió que la tradición continuara de forma simbólica: cada Ascensión seguía celebrándose un concurso-exhibición de ganado caballar, manteniendo viva la memoria de aquellos grandes tratos de antaño. 

 

La historia de los cabezudos

Otro elemento que se incorporó a la fiesta con el tiempo fueron los gigantes y cabezudos. Estas figuras tradicionales, muy populares en celebraciones españolas, llegaron a Santiago en el siglo XIX. El primer registro que se tiene en Compostela de ellas es de 1879, cuando el Concello decidió crear su propia comparsa para sumarla al desfile festivo. Originalmente, los cabezudos desfilaban en las fiestas del Apóstol, pero con el paso del tiempo acabaron integrándose también en las de la Ascensión.

 

Los 'cabezudos' protagonizan bailes y desfiles para el deleite de los vecinos y, sobre todo, los visitantes de Santiago
Los 'cabezudos' protagonizan bailes y desfiles para el deleite de los vecinos y, sobre todo, los visitantes de Santiago

 

Tras algunos altibajos (hubo décadas en que dejaron de salir, como en los años 1970) los cabezudos volvieron para quedarse, convirtiéndose en un símbolo entrañable de las fiestas que enlaza la Compostela actual con su pasado festivo.

 

Anécdotas y legado de la Ascensión compostelana

Una curiosidad de la Ascensión compostelana es que, a diferencia de otras fiestas locales, no honra a un santo patrono propio, sino a un pasaje bíblico. Esto la convierte en una celebración singular: una romería sin santo, centrada en la comunidad más que en la devoción a una imagen. Aun así, la catedral de Santiago no permanecía ajena: tradicionalmente la misa de Ascensión en el altar mayor, con el botafumeiro balanceándose bajo el Pórtico de la Gloria, marcaba el inicio espiritual de la jornada.

 

Con el paso del tiempo, la Ascensión también acumuló sus refranes locales. Los compostelanos solían decir que “por Ascensión, ni lluvia ni aguación”, insinuando que la meteorología respetaba esta fiesta. No obstante, es conocido que ha habido muchas ediciones del festejo pasadas por agua, aunque este hecho nunca ha interferido en la celebración.

 

Hoy en día, la Ascensión de Santiago de Compostela conserva ese espíritu genuino forjado a lo largo de los siglos. Si bien la sociedad ha cambiado –ya no es la feria agrícola de antaño–, la esencia permanece: una celebración de la identidad local, del encuentro entre vecinos y del gozo de la primavera

 

 

En cada edición resuenan los ecos de su origen histórico. Las Fiestas de la Ascensión siguen siendo, en pleno siglo XXI, la gran fiesta de los picheleiros, aquella nacida del fervor religioso pero que se ganó el corazón popular con pulpeiras, ganaderos, estudiantes y músicos; todos bailando bajo el cielo estrellado de Santiago en honor a la tradición.

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